Sin pretensión de escritora, ni profesional ni habitual y al correr de los recuerdos, quisiera contarles anécdotas que aún no han sido apuntadas. Hombre inteligentísimo, irónico, fino, perspicaz y talentoso, Jorge Luis Borges siempre dio, da y dará qué hablar. Conozco varias anécdotas de su vida por Ruiz Díaz pero en dos oportunidades estuve presente. No sé si las contaré en riguroso orden cronológico, debido a las chanzas de Borges, ya que después, algunas aparecieron en "De jardines ajenos" de Bioy Casares. En 1956 fue designado Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo. Fue su primer doctorado. Llegó a Mendoza en tren, en compañía de su madre, Leonor Acevedo. Esa mañana lo esperábamos, junto a varios escritores locales, en la estación San Martín.
-¡Maestro!- le dijeron. Y tras los saludos, le preguntaron qué estaba escribiendo.
-En el tren era difícil dictarle a madre -dijo-; pero he pensado algunas coplas, esas que parecen de todos y que ya debieran estar escritas.
Le rogaron que recitara alguna y Borges primero separó suavemente a su madre diciéndole: "Vaya para allá, madre, por favor". Entonces dijo:
"Hay en medio de la plaza
del pueblo de Pehuajó
un letrerito que dice
la p.....que...... "
Al estilo payada, Ruiz Díaz agregó: "Una plaza y un ombú hay en el pueblo de Pando y un perrito negro y blanco que te va a sacar ca....... Las risas distendieron los ánimos y se produjo el acercamiento cordial que quedaba trunco frente a Borges, debido a su respetada y temida intelectualidad. De allí fuimos al Instituto de Lenguas y Literaturas Modernas -así se llamaba entonces- en calle 9 de Julio. Dos alumnas -Magda Castelvi y Marta Gómez- buscaban algo en el fichero y al volverse, vieron a Borges. -¡Profesor Borges! -exclamaron efusivas y emocionadas.
Al atardecer, realizaron el acto académico en el Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras. Tras la parte protocolar, Borges agradeció: -¡Qué bueno! -dijo, acariciando el tubo que contenía el diploma-. ¿Así vienen los diplomas? ¡Cómo se van a divertir mis sobrinos! ¡Muchas gracias! Hoy por la mañana, unos colegas que fueron a recibirme a la estación, me dijeron ¡Maestro!. Y yo no soy maestro. Después, en el Instituto de Ruiz Díaz, unas alumnas me dijeron ¡Profesor!. Y yo no soy profesor. Y ahora me dan una mención universitaria. ¡Qué carrera rápida que he hecho!. Voy a decirle a mis amigos que no pierdan el tiempo en Buenos Aires y que se vengan sin tardanza a Mendoza.
Esta anécdota está contada por Ruiz Díaz en su homenaje a Borges pero, debido a la ocasión, no fue contada en su totalidad.
Estudiantes pobres
Por los años 60 -entonces las universidades eran prósperas- fuimos a Buenos Aires con el profesor Adolfo Ruiz Díaz y con su adjunto, profesor Dennis Cardozo. Eramos unos siete u ocho que íbamos para ver una muestra de pintura nacional, conocer el Museo Nacional de Bellas Artes, recorrer librerías y visitar los monumentos escultóricos importantes. Era obligatoria una visita a la Biblioteca Nacional y conocer a Borges, su director. ¡Qué placer fue conocerlo! Sereno, reconcentrado, palpando a su paso el lomo de los libros.
Después, ya sentado, nos dijo que no había placer más noble que leer. ¡Lean, muchachos!, lean, lean siempre y mucho. Lean por placer. Los profesores de literatura tienen la mala costumbre de analizar tanto un poema, una prosa, una obra de teatro, que la pierden de vista. ¡La destrozan, diría yo! ¡No hagan eso cuando enseñen!. Inciten, propaguen, disfruten.
La entrevista había terminado. Teníamos entradas (regaladas) para ir al Colón a ver "Carmina Burana", con orquesta, ballet, coro y solistas de ese teatro, dirigidos por el maestro Emilio Martini.
-¡Antonio! -dijo Borges-, ¿qué pueden tomar estos muchachos para ir al Colón?. Que los deje cerca, ¿eh?, colectivo, ¡por supuesto!. Son estudiantes. Son pobres.
A propósito de Antonio, recuerdo otra ocasión, también en la Biblioteca, con otra gente. Sonó el teléfono. Atendió, se asomó a la puerta y dijo: "¡Antonio!, ¡teléfono!"
Cuando terminó de atender, su madre le dijo disgustada: "Georgie: ¿cómo llamás al portero cuando estás con gente? ¡Caramba!
-Madre: era la novia -dijo Borges.
Aquella noche, después de la espléndida versión de "Carmina Burana", con los ecos y los consejos en la voz de Borges, fuimos a sentarnos -no sé por qué- a la plaza Constitución, casi mudos y felices.
Al año siguiente, una nueva promoción de compañeros emprendió la misma hazaña. Esta vez lo encontraron caminando por Florida. Fueron a un bar y conversaron de cosas diversas. Una alumna, emocionada, le dijo:
-Estoy leyendo un libro de poemas suyos.
-¿Sí?, ¿cuál?
-A ver (estaba muy nerviosa), no me acuerdo.
-¡Ah!, ¿se acuerda del poema?
-¡Ay!, tampoco.
-Pero entonces escribí el libro ideal: ¡la página en blanco!
A pesar de los nervios y el sofocón de la alumna, todos recordaban que Borges no había sido agresivo sino que se divirtió con sus sarcasmos y hasta fue tierno en las respuestas.
Zapatos literarios
Durante un viaje de Ruiz Díaz a Buenos Aires, encontró a Borges caminando por Florida y conversaron un rato.
B: -¡Qué suerte que lo encuentro! ¿Qué piensa hacer ahora?
R.D.:- Voy a comprarme zapatos en "Los Angelitos".
B: -Lo acompaño. Es triste ir solo a comprar zapatos. ¡A mí me da miedo!
Ya en el negocio, Ruiz Díaz comenzó a probarse zapatos.
B: -Camine, camine; que no le duelan. ¡Es horrible sentirse ajustado!
Mientras el vendeder busca y muestra varios modelos, ellos hacen comentarios sobre "La Iliada". El vendedor, caja de zapatos en mano, escucha con extrañeza. B: -¿Se acuerda de aquella traducción en latín? R.D.: -Siempre recuerdo la traducción francesa de...
El diálogo erudito dura unos minutos y el vendedor, oficioso, comenta: "Parece que a los señores les gusta la literatura. B: No; solamente cuando compramos zapatos.
El inventor de Borges
En setiembre de 1984 hubo un congreso de literatura en San Juan. Ruiz Díaz y yo fuimos invitados. Al bajar del escenario del Teatro Sarmiento, nos acercamos y cuando Ruiz Díaz le dio la mano, Borges giró la cabeza a izquierda y derecha y dijo: "¡Aquí está el hombre que me inventó!". (Se refería, como algunos saben, al libro que Ruiz Díaz escribió sobre su obra en 1955).
La primera jornada fue larga. Teatro Sarmiento. Nueve de la mañana. Luego, almuerzo en una bodega alejada de la ciudad. Larga espera para el almuerzo. A las seis, acto en el bellísimo Auditorium. A continuación, una exposición de pintura. Por último, regreso al hotel. Borges, invitado de honor, había participado de todo y recibido el Doctor Honoris Causa de manos de Alfonsín. Había llegado a las ocho de la mañana y el almuerzo fue lindísimo pero la larga espera de debió a las decenas de preguntas sobre los más variados temas. Las respuestas, por supuesto, siempre lúcidas, muy pensadas y con aire divertido.
En el hotel comimos junto a Borges. ¡Qué noche! El maestro y Ruiz Díaz se pusieron a imaginar una antología de los diez poemas más importantes de toda la literatura. Que Homero, qué Góngora, que Darío, que Lope. Un tiroteo de versos cruzaba la mesa: en griego, en latín, en inglés, en francés. Manuela Mur, que se había acercado, dijo: "¡Qué monstruos! ¡No tener un grabador!".
Borges, que iba a comer liviano y a acostarse temprano porque "mañana madrugo de nuevo", comió liviano pero se quedó hasta la una de la mañana. Lo acompañé a su cuarto. Había elegido la parte más pequeña de la suite, que conoció durante unos minutos. Al llegar, revisó nuevamente los elementos con sus manos. Colgó el bastón en el cajón de la mesa de luz, entreabierto y dijo: "Para el lado de la pared, para no tropezarme". Puso a la mano su ropa de dormir y me preguntó: "¿Estará mal que no me bañe?" Le respondí que si yo tuviera que levantarme a las seis, me iría a dormir sin bañarme. Entonces, muy divertido, me dijo: "Gracias; usted lava mi conciencia".
Le di un beso y me despedí, sabiendo que difícilmente pudiera acompañarlo otra vez. Murió el 14 de junio de 1986 y Ruíz Díaz el 6 de junio de 1988.