Pese a la timidez que en sus comienzos lo paralizaba, Borges llegó a convertirse en algo así como la estrella de la cultura argentina. Y pese a que sus textos habitualmente no son para las mayorías, es probablemente el escritor argentino que ha disfrutado de la mayor popularidad, aunque esto no signifique al mismo tiempo que sea el más leído. La conmemoración de los cien años de su nacimiento, ha desatado en Argentina y en el resto del mundo una corriente de artículos, ensayos, discursos y toda clase de escritos en honor al gran maestro. La nota que sigue no hace más que agregarse a esa caudalosa corriente, revelando de paso el pobre ingenio de quien la escribe. Si algún mérito se le puede reconocer, es el de intentar un repaso por algunas de las zonas menos transitadas del enorme Jorge Luis Borges.
Borges y los medios
La de Borges debe haber sido una de las muertes más sentidas por los periodistas de todas las especies. Mientras vivía, casi no pasaba semana sin que el viejo hiciera alguna declaración motivo de risas o polémica. Los periodistas, en especial los argentinos, se mantenían en estado de alerta. Todos querían hacerle una entrevista y sonsacarle alguna frase digna de un titular o de un almanaque. Leyendo y comparando varios de esos reportajes, uno tiene la sensación de que deben haber sido los más fáciles y amenos de la historia del periodismo. Borges siempre visitaba más o menos los mismos temas y tenía preparada una colección de "citas borgeanas", agradables por igual a los oídos de los entrevistadores y a los ojos de los lectores de las entrevistas a Borges. Entre los temas, siempre recordaba que había tenido ancestros militares, que prefería la milonga al tango, que aprendió el inglés desde la cuna, que hubiera escrito más de no haber pensado tanto en mujeres, que a causa de la ceguera había ido perdiendo los colores con excepción del amarillo. Y entre sus frases predilectas, nunca dejaba de señalar que había cometido el peor de los pecados, solía reafirmar que los peronistas eran incorregibles y decir con desdén que el surrealismo era un invento de los franceses para escandalizar o que el psicoanálisis es una rama de la literatura fantástica o que los argentinos somos venales.
El Borges oral mereció numerosas páginas de diarios y revistas y espacios en TV y radio. Una de sus últimas declaraciones polémicas fue la que realizó en tiempos de la guerra de Malvinas. Algún periodista le preguntó qué solución le veía al conflicto, pregunta a la que Borges respondió, con la media voz gastada y balbuceante que le quedaba, que quizás lo mejor era darle las islas a un país que no tuviera salida al mar, como Bolivia.
Borges historietista
El mítico diario "Crítica" de Natalio Botana, por el que pasaron Arlt, Nicolás Olivari, los hermanos Tuñón y otros héroes del periodismo y la literatura nacional, también albergó entre su planta de empleados a Jorge Luis Borges. Entre agosto de 1933 y octubre de 1934, el diario publicó a modo de suplemento literario la "Revista Multicolor", cuya dirección le fue encargada a Ulises Petit de Murat y Jorge Luis Borges. Esa revista, que tuvo una breve vida, ha sido fuente de numerosos descubrimientos en los últimos años. Y el toque Borges se percibe en todo, desde los temas abordados hasta la selección de autores. Allí aparecieron por primera vez, además, los relatos que luego formaron parte de la "Historia Universal de la Infamia". Pero la sorpresa mayor es la historieta "Peloponeso y Jazmín", cuyos textos revelan siempre la participación directa de Borges.
Se trata de una adaptación de "Alley Oop", una historieta de Vicent Hamlin. El argumento relata la historia de un hombre prehistórico que toma como mascota a un dinosaurio y lo amaestra, aunque a la larga es el animal quien termina adoptando a su patrón. Borges, y acaso Petit de Murat, la rebautizan "Peloponeso y Jazmín" (hombre y dinosaurio) y la recrean con la libertad suficiente como para convertirla en parodia de muchos asuntos habitualmente solemnes y en especial de los ambientes intelectuales y literarios de comienzos de los años 30.
Biorges
Las colaboraciones entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares comenzaron casi al mismo tiempo que su amistad. Ambos se conocieron en un almuerzo en casa de Victoria Ocampo hacia 1932. En 1935 la empresa de lácteos La Martona, que pertenecía a la familia de Bioy, le encargó a éste un texto publicitario que encomiara las virtudes del yogur. "Me facilitaron ?cuenta Bioy en algún reportaje? una copiosa bibliografía en la que se aseguraba que esa cuajada correspondía a la tradición búlgara y que su sostenido consumo prolongaba la vida de las personas, y se citaban los casos de búlgaros que por consumir yogurt habían sobrepasado los 150 años. Con Borges lo tomamos, claro está, como un hecho literario; corregimos, aumentamos y exageramos la bibliografía, a punto tal que aquella gente se escandalizó. Inventamos el caso de una familia búlgara cuya hija menor superaba los 90 años..."
Los resultados de la colaboración entre Borges y Bioy fueron extraordinariamente pródigos. Juntos realizaron varias antologías de poesía y de relatos, crearon la revista "Destiempo", dirigieron los comienzos de la legendaria colección de novela policial "El séptimo círculo" y hasta escribieron juntos varios guiones cinematográficos. Pero el fruto más notable de esa colaboración fue el nacimiento de otro escritor bautizado con el pomposo nombre de Honorio Bustos Domecq, a expensas de los apellidos de un bisabuelo de Borges (Bustos) y de un bisabuelo de Bioy (Domecq). Este tercer autor, escribe tan barrocamente como su nombre lo anuncia, y parodia al mismo tiempo los relatos policiales de Chesterton y el habla de los argentinos. Honorio Bustos Domecq firmó dos libros memorables, capaces de provocar una carcajada por renglón: "Seis problemas para don Isidro Parodi" (1942) y "Crónicas de Bustos Domecq" (1967). Hay un tercer libro de relatos surgido de la colaboración entre Borges y Bioy que se llama "Un modelo para la muerte" (1946), pero esta vez el apócrifo autor no es Bustos Domecq sino Benito Suárez Lynch.
Borges y el Cine
Borges alcanzó a ver una buena cantidad de películas antes de quedarse definitivamente ciego. En el libro Discusión, de 1932, figura el artículo "Films" en el que se ejercita en la crítica cinematográfica. Con el pretexto de dar su opinión sobre algunas películas recientemente estrenadas, en tres páginas resume una buena cantidad de asuntos cinematográficos y deja entrever algo de su credo como espectador. Critica al expresionismo, al cine soviético posterior a Eisenstein (a quien admira); habla de las "espaldas cenitales" de la Garbo, de los franceses cuyo "mero y plano afán es el de no parecer norteamericanos", de la relación cine-literatura y (ya entonces) desliza una sutil crítica a la proliferación del cine norteamericano, a la que llama "regimen californiano continuo". Deplora a Cecil B. de Mille y escribe con admiración de Josef von Sternberg, del Chaplin de La Quimera del Oro, de Harry Langdon y Buster Keaton y del King Vidor de "Aleluya". En "Borges y el cine", un trabajo de Edgardo Cozarinsky, está explorada en profundidad esta relación, y se rescatan algunos otros tesoros, como la crítica que Borges realizó sobre "El Ciudadano" en 1941 y que figura en le Nº 83 de la revista Sur. "Me atrevo a sospechar ?escribe Borges en el último párrafo? que ?Citizen Kane? perdurará como ?perduran? ciertos filmes de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra."
Pero Borges, no fue solamente espectador cinematográfico sino que se animó a participar como guionista en algunas experiencias fílmicas. Y lo hizo, por supuesto, en compañía de Bioy, su "chico maravilla". Al dúo se agregó otro mito argentino, el director Hugo Santiago. Y entre los tres realizaron dos obras notables, aunque casi secretas, del cine nacional: Invasión (1969) y Los otros (1974). Ambas, aunque recibieron importantes premios internacionales, fueron escasamente exhibidas en Argentina. Invasión, que aborda épicamente la resistencia contra la ocupación de Aquilea (una extraña Buenos Aires) por una civilización extraterrestre(?), representa nada menos que la incorporación de lo fantástico al cine nacional. Borges quedó satisfecho con esta película y con el trabajo en común con Bioy y Santiago. "Nos olvidamos que somos tres personas ?declara en un reportaje que le hizo Fernando Sorrentino?, y pensamos con plena libertad. Nadie se siente ligeramente entristecido si una sugestión suya ha sido rechazada: nadie acepta, por cortesía o resignación, lo que dicen los otros. No: es como si fuéramos los tres una sola persona."
El cine abordó luego alguna que otra vez la obra de Borges, pero sin su intervención como guionista. Un caso vagamente ejemplar (utilizando las inflexiones irónicas del maestro) fue la versión fílmica del relato El Muerto, que filmó a mediados de los ?70 Héctor Olivera y protagonizaron Thelma Biral y Juan José Camero.
Borges y los espejos
El tiempo, los laberintos y los espejos son las obsesiones capitales en la obra de Borges, y siempre aparecen en ella, ya ocultos o explícitos. Uno de sus relatos más perturbadores tiene que ver con espejos y es, al mismo tiempo, una rara confesión. El texto se llama "Los espejos velados" y figura en "El hacedor". Allí Borges declara su miedo hacia los espejos y, recordando la infancia, escribe: "Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con espejos". Y luego refiere una historia según la cual hacia 1927 conoció a Julia "una chica sombría" que "tenía los ojos alarmantes, el pelo renegrido y lacio, el cuerpo estricto". Después describe la familia de Julia, el caserón en que vivían y los paseos que daban juntos por Balvanera y los "desmontes del Parque Centenario". Y la historia termina con ese horror llegado de los espejos. "Entre nosotros ?escribe? no hubo amor ni ficción de amor: yo adivinaba en ella un a intensidad que era del todo extraña a la erótica, y la temía. Es común referir a las mujeres, para intimar con ellas, rasgos verdaderos o apócrifos del pasado pueril; yo debí contarle alguna vez el de los espejos y dicté así, el 1928, una alucinación que iba a florecer el 1931. Ahora, acabo de saber que se ha enloquecido y que en su dormitorio los espejos están velados pues en ellos ve mi reflejo, usurpando el suyo, y tiembla y calla y dice que yo la persigo mágicamente."
Borges y el amor
El amor es otro de los temas recurrentes en Borges, pero más en su vida que en su obra. Y el sexo de Borges fue una subterránea preocupación nacional hasta un poco después de su muerte, cuando estalló y manchó con abundante tinta las portadas de diarios y revistas. A comienzos de los ?90, el doctor Miguel Kohan Miller, que había sido el psicólogo de Borges del ?44 al ?47, hizo algunas revelaciones indiscretas sobre la vida afectiva de nuestro escritor mayor y desató una polémica que rivalizó con las crónicas sobre las andanzas decadentes de Maradona y los primeros escándalos de la corrupción menemista. De acuerdo con Kohan Miller, Borges había concurrido a su consultorio buscando un tratamiento contra la tartamudez. La raíz de esta dificultad, siempre según Miller, se hallaba en los difíciles comienzos sexuales de Georgie, a quien su padre, Jorge Guillermo, había querido iniciar presentándole a una amante suya. A estas declaraciones, se agregó el libro de Julio Woskoboinik "El secreto de Borges" que pretendió usufructuar el mismo tema.
Para los lectores atentos de la obra de Borges, su sensibilidad y la experiencia en cuanto al amor y el sexo quizás resulten suficientemente resueltas en algunos poemas memorables como "El amenazado" o en una de las "Tankas" que figuran en "El oro de los Tigres" que dice:
"Alto en la cumbre / Todo el jardín es luna / Luna de oro./ Más precioso es el roce / De tu boca de sombra."
El último delicado
La influencia de Borges en el pensamiento de los escritores y pensadores contemporáneos expresa la importancia y profundidad de su obra. Italo Calvino, Umberto Eco, Ray Bradbury, Thomas Bernhardt, Paul Auster, Michel Foucault y muchos otros escribieron sobre Borges. Sin embargo, tal vez uno de los testimonios más insólitos y significativos en cuanto a su importancia universal, sea el que se desprende de una carta enviada a Fernando Savater por Emil Cioran. En el último párrafo de esa carta, el filósofo rumano escribió: "Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica... Pero, después de todo, Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas y, si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo lo imitaría a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al ?último delicado?..."