HUMANIDADES
... no tengas miedo
por vivir una época,
un sistema,
donde la locura es la salud más formidable
Ramón Plaza, Jardín de adultos (1969)
En alguna ocasión nos hemos ocupado de lo que hemos denominado "simbólica latinoamericana", la que en cuanto tarea integra la filosofía de nuestra América.
Quisiéramos ahora ocuparnos de dos de las más grandes figuras hegelianas, la de "el Amo y el esclavo" y la de "el Varón y la mujer", que se encuentran en lugares tanto de la Fenomenología del Espíritu, como de los Lineamientos de la Filosofía del Derecho, relacionados ambos con cuestiones tan importantes como son los de la constitución de la conciencia ? en el enfrentamiento del señor y del siervo ? y de la construcción de la eticidad, en el enfrentamiento entre el varón y la mujer, que implican, tanto en un caso como en el otro, la aceptación por parte del siervo de su status de tal, y por parte de la mujer, asimismo de su propio status dentro de lo que es una manifiesta racionalidad paternalista.
Si tenemos en cuenta que en nuestros días en algunos sectores se vuelve a hablar ? en medio de la quiebra de referentes teóricos que vivimos ? de la necesidad de repensar a Hegel, vale la pena tener en cuanta de qué manera la Filosofía latinoamericana, desde los albores de su constitución a fines del siglo XVIII, se organizó mediante formas divergentes de enunciación respecto del discurso colonialista, del cual Hegel ha sido y es un exponente indudable.
Con este apretado escrito venimos a modificar en parte y a llenar además, un vacío respecto a los que habíamos planteado en nuestro libro Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, en el que concedimos a la figura del Amo y el esclavo un lugar preferencial, descuidando ese segundo momento del pensamiento de Hegel, de no menor importancia, como es el de la construcción de una eticidad, la que surge entre otras relaciones, de la dialéctica "Varón ? Mujer", cualquiera sea la forma de racionalidad que pongamos en juego.
La cuestión excede además el tema señalado, en cuanto que la referencia a feminidad y masculinidad ha permeado toda la concepción de la cultura, y de modo particular, una idea de nuestra América que ha justificado las relaciones de dominio y subordinación en todo discurso de tipo opresor, ya fuera el colonialista ejercido por los conquistadores y luego por los administradores y directores "espirituales" europeos ? con todas sus variantes ? ya por nuestros propios doctrinarios que hasta nuestros días han prolongado absurdas equivalencias.
Se ha dicho que con el mito de Calibán la Filosofía latinoamericana encontró la versión adecuada a nuestra realidad de la figura del "el Amo y el esclavo". Es cierto esto en parte y, en buena medida, no, en cuanto que el reconocimiento de una conciencia por otra se pasa en la formulación shakesperiana a una liberación del siervo que no se reduce a interiorizar la libertad al modo estoico, sino a poner en movimiento una libertad exterior de "desatamiento". En términos clásicos, no se trata de una "eleuthería", sino de una apólysis. Esto no quiere decir que ese mismo siervo o esclavo, como consecuencia de la religiosidad impuesta, no acabara generando formas de "conciencia desventurada", más allá de un estoicismo que no tuvo lugar en nuestra tierras como fenómeno social. La emergencia de Calibán generó dentro de nuestra modernidad, primero, la respuesta liberadora indígena, de cuyos innúmeros alzamientos fue símbolo Tupac Amaru y, luego, los movimientos independentistas criollos tanto del Continente como del Caribe. Y en ninguno de los casos la libertad fue entendida como libertad "interior" de tipo estoico, sino que en todo momento se habló, muy ilustradamente, de "romper" o "quebrar las cadenas" que nos ataban a la dominación europea.
Con esto quedó rebatido lo que Hegel no dice en Fenomenología, pero que sí surge de sus Lecciones de Filosofía de la Historia Universal, a saber, que no todos los esclavos son potencialmente iguales. En efecto, si el esclavo en la clásica figura termina construyendo conjuntamente con el amo el mundo objetivo y posee, por eso mismo, potencialidad histórica y es, por eso mismo, capaz de formas de trascendencia, el colonizado es un esclavo impotente. Diríamos que la clásica figura únicamente tenía asegurada su posibilidad de desarrollo en Europa, mas no en América, en donde el dominado no emergía de la naturaleza.
Esta visión negativa se relaciona, entre otras cosas, con la manera de ser "feminoide" de nuestra América, tema que se encuentra como una especie de constante a lo largo de abundantes discursos que se han ido elaborando desde la extraña visión del Paraíso Terrenal de Cristóbal Colón en adelante, y alcanzó su máxima expresión precisamente en la literatura europea del siglo XVIII. El varón indígena es débil, impúber o de escasa inclinación erótica, no es barbado ? carece justamente de uno de los símbolos de virilidad que mostraba el conquistador -, sus tetillas producen leche, vive en un mundo donde reina lo húmedo, lo abisal, lo vaginal y, por cierto, si las mujeres indígenas son ardientes es que ellas manifiestan de manera más directa un mundo feminoide. Todas estas metáforas tienen que ver con lo telúrico (no olvidemos que thelus en griego es el nombre con que se designa a lo femenino) y con lo vegetal, otro de los símbolos de la pretendida inmovilidad y, en tal sentido, pasividad y, como contraparte, fecundidad atribuida a la mujer. Y al lado de esto, esa América inmensa conocida, antes que nada, en sus trópicos, en donde una vegetación asombrosa se presenta en valles y montañas y en donde los seres humanos parecieran estar sumergidos en el regazo de una madre. Y así, América, esa "madre húmeda y profunda" estaba a la espera del varón que había de fecundarla y ese varón llegó de donde únicamente podía llegar, de Europa.
El siglo XIX trajo consigo la liberación de los colonos. Un Calibán apareció que aprendió el lenguaje del amo y lo revirtió en herramienta de independencia y autoafirmación. Por cierto que ese Calibán hizo muy pronto de su victoria un uso que más lo aproximó al antiguo amo, Próspero, en cuanto que el proceso no fue ajeno en ningún momento al enfrentamiento de las clases sociales sobre las que se había estamentado la Colonia. Y junto con Próspero, aparecieron los "alados arieles" que inspirarían los discursos justificatorios para que el amo no cayera en lo que podríamos llamar el "síndrome de Próspero". Y en ese oscuro estamento de los que cambiaron un amo extranjero por uno nativo, un amo europeo por un amo americano, se encontraban no sólo las etnias indígenas sometidas a la faena agrícola y minera, sino que se encontraba también, distribuida en todos los niveles sociales, la mujer, que continuó durante siglos llevando la carga de su "feminidad". Ella era la imagen ? dentro del mundo de las representaciones ideológicas - de la feminidad de una tierra que esperaba siempre la fecundación del amo. Y así, pues, si Calibán supo demostrar que no era "feminoide", que no era un ser débil y pasivo, la mujer siguió siendo la expresión de debilidad y de pasividad dentro de la estructura de dominación propia de la antiquísima razón sobre la que se ha organizado la eticidad en nuestros países hasta nuestros días.
Y si después de concluidas las guerras de Independencia nuestros antepasados sintieron la necesidad de hablar de una "Segunda independencia", la que había de ser de tipo "mental" en cuanto que significaba la eliminación de los residuos vivos en costumbres y creencias en las masas populares que nos impedían una entrada triunfal en el "progreso" y la "modernización", de ninguna manera fue pensada propiamente respecto de la mujer en cuanto mujer. De ahí, entre otras cosas, el divorcio que se dio en las pre-burguesías liberales, entre la necesaria religiosidad que debía guardar la mujer ? y por cierto, las masas campesinas ? en la medida en que esto era vía para su sometimiento y el ejercicio del "libre pensamiento" por parte de los varones.
Pues bien, si pensamos que las guerras de Independencia concluyeron ? lo que no es tal puesto que aún Puerto Rico está a la espera de la suya ? entre 1824-1899, es decir, entre la Batalla de Ayacucho y la Batalla de Cuba, y que el movimiento de las "Madres de Plaza de Mayo" ha tenido lugar en las actuales décadas de los setenta y ochenta del presente, no ha pasado un siglo ? tiempo escaso dentro de la historia del medio milenio ? sin que quedara planteada entre nosotros la otra gran figura hegeliana, la de "el Varón y la mujer", y con ella la repetición y reformulación del mito de Antígona. Por cierto que la historia de las anticipaciones de este hecho aún está por hacerse y nos dará más de una sorpresa.
Por otro lado, es importante tener presente que la ideología de la "feminidad" y de la "vegetalidad" de América se ha mantenido viva y aún sigue siendo esgrimida por ciertos "teóricos" de la cultura que no hacen sino prolongar formas discursivas opresivas. En el ensayista argentino Rodolfo Kusch, nuestra realidad ? que se le presenta como sexuada ? es explicada desde lo que él denomina una "geocultura". América es lo feminoide, lo abisal, lo telúrico, frente a la Europa moderna, "continente fálico", cuyo máximo exponente fue Hegel. El "Ser"- categoría por excelencia del pensar europeo ? es lo masculino, mientras que el "Estar", categoría que expresa lo americano, es lo femenino; la Aufhebung, entendida como "elevación" es el momento "penetrativo" de Occidente. Con estas proyecciones caprichosas tomadas no tanto del psicoanálisis como de lugares comunes acerca de la naturaleza femenina y de nuestro ser americano, se cree haber llegado nada menos que al secreto denuestra identidad cultural y social. Para descargo de Kusch debemos decir que, en verdad, fue un hegeliano, en particular si pensamos en aquel Hegel que tampoco se apartó del mundo de los lugares comunes y de los prejuicios que rigen en él su lectura de Antígona y que le llevaron a decir en la Filosofía del Derecho que "La diferencia entre el hombre y la mujer es la del animal y la planta: el animal corresponde más al carácter del hombre; la planta más al de la mujer.. ". De ahí una de las fuentes ? sin que olvidemos el Dasein heideggeriano de la distinción entre el Ser (activo) y el Estar (pasivo). Entre un principio fálico, el de la modernidad occidental que nos habría llevado a una alineación y un principio "pasivo", femenino y a la vez de "resistencia" (un estar) desde el que brota el ethos o la "sabiduría" de nuestros pueblos. "El estar ? dice Carlos Cullen, uno de los continuadores de Kusch - en cuanto "nosotros?estamos" es vegetal, en cuanto "tierra-que-está" es femenino. Debe entenderse todo esto como un todo originario de darse lo humano. No se trata ni de una elección ni de una conveniencia: es un destino". Con lo que tanto la "vegetalidad" como la "feminidad" han alcanzado el nivel de las hipóstasis y se ha consumado el irracionalismo.
Pues bien, Hegel se hizo cargo de la figura Antígona, genialmente presentada por Sófocles en su tragedia, sin poner en tela de juicio en ningún momento la condición femenina que allí nos describe y en la que la mujer aparece como un ente subordinado por naturaleza. Cree ver en la imagen de la Antígona, sin error, la expresión de uno de los principios de la asociación humana, el de la subjetividad. Mas se trata en este caso, y de ahí lo forzado de un ser que es de por sí nada más subjetividad. La objetividad, vale decir la universalidad que alcanza su máxima expresión con el Estado, es, por el contrario, fruto de la racionalidad en cuanto propia del varón. El conflicto lo ve ? y en esto no sin apartarse de la visión que expresa Sófocles y a través de él la viejísima racionalidad patriarcal ? entre las leyes oscuras de la tierra (tellus) que se expresan a través del ser femenino y las claras, apolíneas y por eso mismo universales, del principio masculino. De este modo la importante distinción establecida por el propio Hegel entre "moralidad" y "eticidad" o entre una moralidad subjetiva y otra objetiva, quedó sumergida en un nivel ideológico, en el más claro ejercicio de la función de ocultamiento. No percibe que las formas de subjetividad que constituyen la "moralidad" son tanto femeninas como masculinas y que no depende de la feminidad o de la masculinidad que podamos o no ponernos en lo universal, aun cuando podamos pensar que hay modos genéricos de vivir aquella subjetividad, según las gentes y los tiempos. Y si Antígona expresa la conflictividad entre lo subjetivo y lo objetivo de un modo tan patético, es por que ella, como tantos otros seres humanos, mujeres y varones, padecen formas de opresión y de discriminación en nombre de una "racionalidad" pretendidamente universal con la que los sectores que detentan el poder regulan y establecen ese nivel que Hegel ha caracterizado como "eticidad". Y así pues, Ismena, la hermana integrada al sistema, acepta someter su vida las "leyes de los varones" que son las de la ciudad, mientras Antígona, rebelde, comete el acto de locura (ánoia) de violarlas. Es, una vez más, la "locura" contra la "razón", si bien se trata de un acto de "demencia" que no llega a quebrar la condición femenina que le es impuesta, y que, en lugar de proyectar desde su subjetividad una objetividad, sin opción en este sentido, se entrega a la muerte.
Decíamos que desde la última lucha emancipadora de la guerra contra la dominación española, a fines del siglo XIX, cuya gesta implicó una reformulación de la figura de "el Amo y el esclavo" y que nuestra Filosofía latinoamericana ha puesto bajo el símbolo de Calibán, hasta la reencarnación de Antígona realizada por las Madres de Plaza de Mayo, no ha pasado un siglo. En efecto, el fin de la Guerra de Cuba tuvo lugar en 1899 y las primeras protestas de Madres por la desaparición de sus hijos, asesinados por la dictadura de los militares argentinos del llamado "Proceso", ocurrieron a partir del mes de abril de 1977. Si Antígona, en contra de la voluntad del tirano, rindió culto al cadáver de su hermano condenado a ser destrozado por las aves de rapiña y al que se le había negado sepultura, las Madres arriesgaron su vida y no fueron pocas las que resultaron secuestradas y asesinadas, en su voluntad de ejercer ese culto a los seres queridos, cuyo paradero se ignoraba y se ignora. Y lo mismo que Antígona fueron declaradas "locas". Con su "locura", dijo Julio Cortázar, "echaron a volar una inmensa bandada de palomas que habrían de cubrir los cielos del mundo con su mensaje de angustiada verdad". Y así, una vez más, en el intento de restablecer desde una subjetividad herida y violentada una nueva eticidad. Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las Madres de Plaza de Mayo ? nos dice Cortázar ? irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastrocar los cálculos científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional, es decir, ese orden "normal" impuesto por una cultura de muerte, con pretensiones de universalidad y de verdad. Había renacido un antiguo símbolo, mas, del mismo modo que Calibán significó una lectura distinta de la vieja figura de "el Amo y el esclavo", ahora se trata, de la misma manera, de una lectura diversa de la tragedia sofoclea. Estas mujeres cumplían lo que ellas entendían que debían hacer conforme a su "condición" de mujeres, según la imagen que de ellas ha hecho una sociedad machista, pero, a diferencia de la heroína clásica, no se han encerrado en el cumplimiento de oscuras leyes de la tierra o de la naturaleza, sino en la lucha por una subjetividad creadora de una nueva eticidad.