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Martín Villalonga: El arte es un viaje de ida

Martín Villalonga:  El arte es un viaje de ida

Desde Buenos Aires (donde nació en 1950) a Mendoza en 1969, donde conoció a su primera mujer Celina Foster; de vuelta a la Capital en el 77 y desde el 88 radicado definitivamente en la tierra del vino, Martín Villalonga fue desarrollando su aptitud para el arte, siempre tras el perfeccionamiento de la técnica, a fin de instalar en sus cuadros, con la mayor elocuencia, su mundo interior. El lo dice así: "La entrega al arte es un viaje de ida sola, donde uno se aventura en sus propias entrañas, que no siempre son las deseadas, pero es allí donde uno se va conociendo y, por ende, pintando en la forma más auténtica posible.

Esta es una entrega que hay que disfrutar, pues son muchos los que viven del arte pero pocos los que nos animamos a sufrirlo y el premio es nuestra obra".

Hay en la Argentina y particulamente en Mendoza una sobreoferta de excelente pintura, de modo que nunca vivió de su arte. En cambio, vivió para el arte y este es un raro privilegio.
Su vocación primera fue la música, específicamente el jazz, que de algún modo está en sus cuadros. Si algo caracteriza a Villalonga es el ritmo: vigoroso, tenso, abismal. Sobre el ritmo avanza en su impulso, como una saeta curiosa del origen, de la inmensidad y del misterio de la vida. Él dice: "Me interesa el movimiento que genera energía; para mí esa es la realidad donde el presente, que pretende ubicarse en un punto, no existe, se desplaza constantemente aunque sea en forma muy lenta".

Quiere pintar el movimiento, como los futuristas, pero sin fingimiento; traducir a forma y color cada instante de su alma romántica, donde lo interno y lo externo se interpenetran y así surge en sus telas esa batalla pictórica, apasionada y dramática que es su pintura, no exenta de misterio y a veces con un algo amenazante, en expansión, al borde del abismo.
En 1977 decíamos en Los Andes: "Los dibujos presentados marcan una línea evolutiva dentro del neoexpresionismo, poniendo el acento en la observación de la figura humana. Los trazos se aprecian firmes, limpios, en una búsqueda del perfeccionamiento que, según su propia declaración, conducirá a Villalonga a las formas abstractas".

"Dentro de un año estaré en condiciones de hacer una muestra en ese sentido. La línea conjugada la he adquirido gracias a la orientación del gran maestro Víctor Delhez. Él me encaminó dentro de las leyes académicas que yo ignoraba. Yo frecuenté siempre talleres libres, donde fui dejando volar mi imaginación, pero sin los necesarios conocimientos que rigen a la obra artística".

"El estado de ánimo de Villalonga parece reflejarse en sus personajes, recogidos, es evidente, de la observación callejera. Algunos rasgos, francamente simiescos, fueron explicados por el artista en forma terminante: "Hay más personajes con esas características que las que se pueda creer. Además, yo pretendo ajustarme al estudio anatómico y aun en mis figuras vestidas, trato de ceñirlas al cuerpo. Soy un enamorado de la anatomía y en mis desnudos me siento cómodo. Pienso que es donde mejor me expreso".

Ese año fue nefasto para él. En un accidente automovilístico perdió a Celina, su mujer. Dijo tiempo después: "Un enorme pilar en todo sentido. En 1978 me casé con Helena Bruno Frías, que todavía me acompaña (por voluntad propia); tenemos dos hijos, Paloma y Fermín, por voluntad nuestra. Después de unos años de soportar Buenos Aires, nos radicamos en Mendoza, tierra querida por mí, y debo decir que nada es completo, pero nos veo bien".

De allí en más, con merecidos premios y muestras en Mendoza, Buenos Aires y otros países, hemos asistido al despliegue admirable de la sensibilidad del artista, a esa ebriedad de belleza plástica que nos regala y a la vez a la indagación que hace, cada vez más, de la materia misma como si fuera su propia alma: de sus tesoros escondidos, de sus recovecos iluminados o en penumbra, de sus heridas y soledades, de sus imponderables sutilezas, sus gradaciones de tonos y sus transparencias, como quien descubre, con mano segura, los etéreos velos de un universo mágico.
La suya es una sintaxis compleja, no porque busque complejidades formales sino porque así expresa su intenso mundo interior, objetivado en esos magníficos juegos de interior-exterior, de realidad y sueño, de paisaje y escenografía lúdica, de vibrantes ritmos y a la vez de lenta metamorfosis.