Antes de radicarse en Buenos Aires, en 1969, el mendocino Fabián Galdamez ya había obtenido primeros premios en pintura. Con motivo de su reciente galardón en Escultura en el Salón Belgrano, lo visitamos en su taller, donde prepara una muestra de piezas en basalto. El lugar está abarrotado de obras de diversos tamaños y materiales, piezas bastas acumuladas para próximos trabajos, pinturas enmarcadas y sin enmarcar, carpetas con dibujos y pasteles innumerables y decenas de esas esculturitas mínimas que funde en bronce y ubica en distintas galerías y centros culturales del país y del extranjero.
Recordemos que en la Capital estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes "Ernesto de la Cárcova" y con los maestros Leopoldo Presas y Santiago Cogorno. En 1971 logró el Tercer Premio Nacional. La beca de perfeccionamiento del Fondo Nacional de las Artes en el 74 le dio mayores posibilidades de estudio y en el 79 instaló un taller en París, donde permaneció hasta 1981. Allí investigó con módulos estáticos una variada gama de formas escultóricas. Eligió los módulos con minuciosidad de modo que fueran intercambiables, y les colocó un imán como soporte. Tituló "El creador" a esta obra (en acero niquelado) que se convirtió en una escultura infinita, porque varía cada vez que se la desmonta y permite la participación del espectador.
Este trabajo, divulgado internacionalmente, fue numerado y patentado y si bien es una suerte de objeto-juego y lo entretuvo algún tiempo, le sirvió para dinamizar su obra posterior y volver con más convicción a ella.
Su última muestra entre nosotros fue en 1987 en la ex galería "Giménez". Fue la oportunidad para ver parte de su serie "El creador", que expuso con otras piezas como "Paz en tu vientre", identificables por el vigoroso abultamiento que caracteriza a sus figuras femeninas.
La base de la producción de Galdamez está en el trabajo. Esculturas, pinturas y dibujos salen de sus manos a raudales. Ha puesto hasta sus sueños en función de su arte y se levanta temprano, con la intuición despierta, inclinándose por el material que en ese día lo convoca: la arcilla, la madera, los metales, el alabastro, el basalto, la pintura o el grafito. Es intuitivo, impulsivo y tenaz. Sabe que al arte hay que provocarlo trabajando y que en medio de la tarea, entregado a la materia, ésta comienza a susurrar su lenguaje.
Ha expuesto, prácticamente, una vez por año, tanto en Buenos Aires como en Rosario, Mar del Plata, Suiza, España y Francia y recibido premios en varios salones nacionales hasta llegar al premio consagratorio de este año en el Salón Belgrano.
Una naturaleza compleja como la suya, hecha de un ardor desbordante, de envidiable vitalidad, curiosa por todo lo que existe, extrovertida, cordial, bromista, en ocasiones tozuda y socarrona, no podía menos que producir una obra diversa, múltiple, prolífica y frecuentar con éxito, a la vez, técnicas distintas. "No estoy hecho para hacer siempre lo mismo. Soy muy inquieto y me interesa la investigación permanente, pero no para dejarla sino para seguirla hasta el final. Por temperamento no puedo seguir una sola técnica y vivir depurándola".
Una rudeza primitiva y una sensualidad desaforada se conjugan en sus piezas escultóricas, conformando un estilo que, si bien tiene parentescos, como todo el arte moderno, se reconoce por el vigor de las formas, al límite entre la realidad y una plasticidad volumétrica gozosa. Galdamez demuestra que la figuración es más inagotable que la abstracción aun cuando se remite exclusivamente al cuerpo femenino. Como una sublime obsesión por la mujer, la alarga, la abulta en exceso, la tuerce en escorzos imposibles, la geometriza. Su arte trasluce una fascinación por desentrañar el misterio de la forma, como si cada vez que esculpe se acercara a la inhallable fórmula y abulta pechos y glúteos como si fueran a estallar, orada un hueco profundo al final de la columna, hundido entre la reluciente carne o estiliza a lo Giacometti, pero en lugar de la soledad patética del italiano, instaura una relación subyugante con el espacio y vibra toda la superficie a fueza de cincel, con la pasión ardiente que lo envuelve y consume.
Una energía brutal posee a sus criaturas, también cuando alarga sus piernas y no por desdeñar a la belleza, ya que ésta es parte fundamental de todo su quehacer, sino porque su emotividad juzga que lo espiritual verticaliza y el erotismo es más intenso cuando su satisfacción exige elevación, esfuerzo, maduración y vigilante paciencia.
La nitidez es un recurso para fortalecer lo ambiguo y en lugar de ocultar, exhibe y en su afán de atrapar la forma seductora al tacto de los ojos, arriba a la playa ignota de la mística, cifrada en símbolos y complejidades que -como ya sabemos- muestran cómo los extremos se tocan y son partes de un universo común. Esto último vale para su trabajo premiado, "Oriente y Occidente", como si esas dos inmensas culturas, puestas a dialogar, tuvieran grandezas semejantes sin perder sus vigorosas identidades. Aldo Galli en "La Nación" dijo: "...un trabajo elegante, de sentido profundo y estilizada apariencia formal. Allí asocia dos maderas figurativas de distinto color, una de las cuales está dividida por una placa en el punto medio".
Lo cierto es que la obra tiene convicción y al mismo tiempo inquieta, como si se nos invitara a hablar y la propuesta fuera una incógnita. Esa capacidad de Galdamez para insinuar, para imaginar figuras quietas pero mirando a la divinidad o ensimismadas en una ardiente vida interior lo colocan entre los mejores escultores argentinos, aunque se multiplique en estilos y técnicas en lugar de ahondar más en una determinada línea.