La Fundación Auge recordó con una muestra en 1999 a Rosalía de Flichman, fallecida en 1992. La artista -dice una nota de El Cronista Comercial del 19 de agosto de 1966- "ha sido durante los últimos veinte años una pintora de primera línea en la plástica de Cuyo. Desde que en 1946 realizara su primera exposición en la galería Giménez, su pintura se ha enriquecido continuamente, mutando en busca de expresiones cada vez más refinadas y plenas de su contorno humano.
Mujer abierta a todas las expresiones de la cultura moderna, ha participado del quehacer cultural de Cuyo no sólo a través de su propia y vasta obra, sino también en la promoción continua y desinteresada de los nuevos valores de la plástica andina. Como presidenta de la Sociedad de Artistas Plásticos de Mendoza, se le deben muchas iniciativas que han permitido el surgimiento continuo de valores que dan a Cuyo uno de los lugares más destacados dentro de la plástica nacional".
Mientras Abdulio Giudici optaba por la abstracción geométrica y Marcelo Santángelo buscaba en el surrealismo su anhelo de libertad absoluta, Rosalía de Flichman encontraba en el informalismo primero, hacia 1950 -influenciada por Pollock, Hartung y Kline- y en la neofiguración después, el cauce formal para sus inquietudes. Dijo en la ocasión a LOS ANDES: "Me encontré con el arte de nuestra época, revuelta, insegura, desesperante y desesperada. Encontré una gran resistencia. El movimiento plástico de entonces era pobre en nuestra provincia y muy conservador y se consideró que se trataba de algo pasajero y sin valor artístico".
Nacida en Ucrania en 1908, se radicó a los doce años en Buenos Aires y luego en Mendoza, donde egresó en 1946 como profesora de la Academia Provincial de Bellas Artes.
Estar en la vanguardia no significó adherir a la moda y mantuvo paralelamente la abstracción y la figuración. Nunca hizo arte óptico, por ejemplo, porque no lo sentía como algo suyo. Una característica general de su estilo está dada en el trazo vigoroso y la invención, en la expresión tensa y vibrante que surge al aunar lo abstracto geométrico y el impulso géstico.
"La libertad debe ser condición primera de la conducta artística", decía y como viajaba mucho y era un espíritu cosmopolita, trajo a Mendoza las novedades de la plástica y las características culturales de los centros más importantes de Estados Unidos, Europa y Asia.
Muchos de sus cuadros son estallidos de espléndidas manchas informales y la idea que transmiten es que no buscaba la belleza sino que se dejaba poseer por ella. Las chorreaduras y salpicaduras quedaron siempre en sus trabajos como la cuota indispensable de espontaneidad e improvisación que informa a la vida misma. El trazo gestual, enérgico e impetuoso, parece la salida a través del sentimiento, complementado con el color -en parte azar, en parte voluntad- símbolo de la libertad del ser, alimentada de sus propias resonancias.
Su vitalidad se imponía a la realidad, caótica, dramática, con un inclaudicable optimismo. No hay, entonces, la consabida crítica a lo que existe, sino una anticipación y una bienvenida a lo por venir. No se lamenta por el paraíso perdido: lo sitúa en el futuro, lo cual supone una fe poderosa en el ser humano, al que imaginó ya asombrado, ya taciturno, en la dinámica y la vorágine del mundo de hoy (las series neofigurativas); en actitud contemplativa (La bendición de las velas); modificando el paisaje ( tomado de las adyacencias de la finca que poseía en Barrancas y otros sitios) o representando roles -prosaicos, religiosos o artísticos-, como en aquellas pinturas donde incluyó máscaras, relieves reales y collage y que Di Benedetto calificó de mascaragorías.
Sea cual fuere el lugar que la historia del arte le asigne, Flichman cumplió en Mendoza una función socio-cultural imponderable: rompió esquemas, abrió caminos, llevó, con la polémica entablada, a que se hablara permanentemente del arte; nos comunicó con el mundo y demostró que los artistas auténticos no siguen modas, pero se refieren a la época y al lugar en que viven. Y apuró el futuro.