Procesando...


Cristino Alonso

Cristino Alonso

La primera exposición de Cristino Alonso se remonta a 1968 en la ex galería "Spilimbergo" de Mendoza. Posteriormente, lo hará con asiduidad en Buenos Aires, donde se radicó definitivamente en 1967. Tiene entre numerosos premios, el primero de Dibujo del Salón Nacional 1995 y el primero del Salón Nacional "Manuel Belgrano" 1993.

El arte de Cristino Alonso, español-mendocino, que tiene como referente a Antonio Seguí, se diferencia de éste por el modo temperamental de abordar la pintura. La de Seguí es más racional, sus personajes están en el aire y en la imaginación. La de Alonso es una materia sustanciosa, sus personajes son de la tierra, de aquí y de ahora y más precisamente, de esa enmarañada urbe que es Buenos Aires.

Alonso, que pinta desde hace 30 años, expuso en Mendoza y pudimos corroborar que su caso desdice pesimistas realidades. Una de ellas es que vende toda su producción sin haberse consagrado en París, Nueva York o Londres. Otra, que no pinta a pedido de nadie, ni clientes ni galerías, ni repite cuadros. Esto significa que, pese al achicamiento -el especialista norteamericano Robert C. Morgan habló en Buenos Aires del fin del mundo del arte-, hay artistas que no se dejan condicionar por gustos ni modas y viven de su trabajo. Además, prueba que el éxito no siempre corrompe ni tuerce una vocación, ni fomenta el quedantismo.

Alonso es un rebelde, un independiente digno de imitar, que hace de su vida un arte a la vez que coloca al arte en el Olimpo del inconformismo, de la búsqueda de lo auténtico y de la poesía de nuestro tiempo: arisca, desconfiada, enemiga de la vulgaridad, de la banalidad y de la mezcla cambalacheana.

Otro prejuicio que ha hecho caer Alonso es el de la incompatibilidad de la crítica con el éxito. Todas sus muestras han sido ponderadas por la crítica más exigente de Buenos Aires y con mínima difusión, el público adquiere su obra.

El valor estético en torno al cual gira su quehacer es la crítica con humor. Se vale de la ironía y del grotesco para dar carnadura a personajes típicamente urbanos y nos cuenta las atrocidades que el ciudadano vive en la gran ciudad, invitándolo a reírse de sus propios padecimientos y de sí mismo. Pasión y compasión se unen inextricablemente en una pintura vigorosa, de simbología clara, que torna risueño al disparate y hace un guiño de complicidad para soportar la estupidez, el hastío y el vacío.

Dice Diéguez Videla: "Se trata de uno de los artistas más fieles a un estilo de creación callado, alejado de la ostentación...La figuración es en este pintor una apoyatura para la investigación y la exaltación de muchos comportamientos socioculturales, que en su caso son puestos con evidencia satírica".