Roberto Azzoni realizó su primera muestra individual en 1926 y cada vez que se presentó, recibió críticas elogiosas. Enrique Adrián Coll le dedicó un libro y Alberto Cirigliano le consagró otro en 1982. Guillermo Petra Sierralta, durante años, lo siguió de cerca marcando pautas estéticas y existe una amplia bibliografía que se ocupa de su obra y da idea de su dimensión artística.
Nacer en Génova en 1899 es sólo un accidente, pues se radicó desde niño entre nosotros y aquí creó su obra, formó su hogar, nos honró con su hombría de bien y formó a muchos de los artistas más destacados de la provincia. No era un plástico académico sino un pintor moderno y evolutivo.
Etapas
Tras las etapas realistas, en las que se vale, por una parte, del paisaje local y, por otra, de la diversidad técnica de los ismos europeos, llegó a una síntesis y un modo propio que lo ubicaron entre los pintores más sobresalientes del país, enrolado en un particular expresionismo americanista.
Más que nada le interesaba hacer cuadros. No le importaba la investigación por sí misma sino los hallazgos concretos para llegar a resultados plásticos, eso sí, que enriquecieran los tradicionales conceptos de belleza, armonía, equilibrio, ritmo y proporción.
Adoptada la bidimensionalidad (aunque nunca en forma extrema) fondo y figura fueron una continuidad uno de la otra y se consolidó su estilo, ya inconfundible. De allí pasó a la abstracción, no sólo a aquella que le sirvió para sintetizar, sino a la que se solaza con la materia, pero no para que valga por sí misma, ya que la obligó a servir al contenido, a la expresión. Tal el caso de la obra mural El suelo. Aquí ofrece una geología presentativa, verdadera maravilla plástica de materia convulsa, inquietante, densa, de fuerte tensión dramática.
Figuras heroicas
Quizás porque la conjunción de talento -como innata disposición- y temperamento sanguíneo lo llevaron a vivir por la pintura, logró ensamblar, por ejemplo, la bella materia (cara a los impresionistas) con una superficie inmaculada (propia de los abstractos). El resultado es soberbio; a las figuras heroicas, tiernamente pétreas, se añade un imponderable señorío y obtiene una factura suntuosa, acariciante, transparente.
La neta estructuración compositiva no se aparta de ese pintor épico cuyos héroes son los antiguos habitantes de Mendoza, de América, endiosados en su paleta austera y sabia, monocroma en incontables matices ocres, o multicolor cuando así conviene.
En la exposición Paisajes mendocinos de 1987 en galería Giménez, llamaba la atención un cuadro sin título donde aparece la cordillera partida en dos por un río, feroz en su mole impenetrable, en su quietud inconmovible. Es un canto a la piedra que exalta su esencia y que se puede parangonar con Piedra infinita de Ramponi. Piedras hechas como para dioses y titanes, homéricas, de una belleza salvaje, que el talento de Azzoni supo recrear en la tela con ese sentido dramático y algo solemne que suele delatar a su pintura.
En la exposición Paisajes mendocinos de 1987 en galería Giménez, llamaba la atención un cuadro sin título donde aparece la cordillera partida en dos por un río, feroz en su mole impenetrable, en su quietud inconmovible. Es un canto a la piedra que exalta su esencia y que se puede parangonar con Piedra infinita de Ramponi. Piedras hechas como para dioses y titanes, homéricas, de una belleza salvaje, que el talento de Azzoni supo recrear en la tela con ese sentido dramático y algo solemne que suele delatar a su pintura.
Cuando el hábitat de sus héroes es el que lo solicita, invoca al genio inventivo y allí están, diseminadas por todo el país, las patas de gallo de nuestros ríos, la férrea cordillera andina y las ondas raíces de los álamos.
Azzoni, dramático y contenido en su expresión poderosa, se interesaba más por la raíz que por el árbol, por eso no fue un retratista del mundo exterior sino un sutil intérprete, un veterano poeta de la canción de gesta, con sintaxis de nuestro tiempo. Y cantó a Mendoza y su gente.
Roberto Azzoni nació en Génova el 2 de julio de 1899. Falleció en Mendoza el 16 de junio de 1989. Dirigió durante 7 años la Academia Provincial de Bellas Artes, que fundó junto con Bravo, Lahir Estrella y De Lucia en 1933. En 1948 fue designado, por contrato, en la cátedra de pintura y dibujo de la Escuela Superior de Artes Plásticas de la UNC.
Entre otros premios recibió el Bolsa de Viaje, del XXVI Salón Nacional de 1936; el Exequiel Leguina, del XXXVI Salón Nacional de 1946; el segundo del XXXVII Salón Nacional de 1947; adquisición Ministerio de Agricultura de la Nación, del XXXVIII Salón Nacional de 1948 y el primero del Salón de Artes Plásticas de Mendoza del mismo año; el adquisición Ministerio de Finanzas de la Nación, del XLIII Salón Nacional de 1953 y el Ministerio de Educación y Cultura, del XXXII Salón Nacional de Santa Fe en 1955.