Raúl Capitani nació en 1941 en San Rafael y estudió con Suárez Marzal, Sergio Sergi, Rosa Stilerman y Ducmelic. Su primera muestra se remonta a 1963 y hasta 1979, año en que se vio obligado a exiliarse, obtuvo numerosos premios en dibujo, grabado y pintura en Mendoza y Buenos Aires. En España, entre otros galardones, se hizo acreedor del segundo premio de dibujo del XVII Salón Martorell y del premio de pintura "Doña María Giralt de Torras".
Además de ofrecer cursillos y conferencias con idoneidad, Capitani es un artista sencillo, afable, que no olvida su tierra y que ayuda a cuanto coterráneo lo solicita. Es por ello que un grupo de destacados plásticos mendocinos expone cada tanto en Barcelona.
Víctor Rebuffo dijo: "Sus grabados hablan con la elocuencia que se desprende de la libertad de la forma y elementos vigentes, conformado para trascender y manifestarse en el ámbito de la plástica universal. Analizándolos detenidamente en sus menores detalles, se reafirma la convicción de que es un artista que no busca el resultado por el recurso fácil; ahonda en los problemas y su trayectoria está signada por el éxito".
-Sartre dijo que frente a un niño con hambre "La náusea" carece de sentido. A usted su sensibilidad social lo obligó a irse del país; ¿cómo resolvió esa sensibilidad en un mundo donde las diferencias económicas son cada vez más grandes?
-Esas diferencias se ven también en Europa, lo noto y me duele. Lo vivo a través de mi trabajo en la educación -como es una sociedad tan competitiva, dentro del sistema educativo quedan miles de jóvenes que no pueden seguir los estudios-; hago programas en el Departamento de Educación, de enseñanza del oficio; dirijo un taller junto con una compañera y enseñamos todo lo que es la serigrafía. En Mataró hay una industria textil, se hace estampación serigráfica y así los jóvenes se van incorporando al mundo laboral. Hemos hecho contacto con la empresa y preparamos a los futuros operarios. Allí veo la realidad. Además se ve a la inmigración marroquí, que intenta entrar en Europa, con los problemas que tienen de documentación, de estudio, de acceso a la educación. Hay cursillos para enseñarles la cultura española y la lengua castellana y catalana. Por otra parte lo vivo plásticamente. Este fin de siglo va a terminar con una situación humana peor que como empezó en cuanto a la cantidad de personas que tienen problemas económicos y laborales. Hay un desafío mundial y no se sabe cuál es la solución. España tiene una tasa de casi el quince por ciento de desocupación.
-¿Se le presentan contradicciones entre el mundo real, lleno de injusticias y su actividad estética, vive esto como un desgarramiento?
-Sí, por supuesto que sí. En estos momentos estoy en un proyecto donde trato de reflejar esa problemática. Con el historiador Francesc Miralles estoy trabajando con el tema del fin de siglo y de los ángeles. He leído la poesía de Alberti sobre los ángeles, a Walter Benjamin que habla de los ángeles de la historia y toda una serie de obras que vienen desde el Renacimiento e intento fusionar la parte metafísica, los problemas filosóficos de lo que puede ser un ángel, de cómo percibiría el mundo de hoy y lo he hecho con alegorías sobre el paraíso. Aparece entonces una visión nueva y he entrado en un tema que ya no es ni argentino ni sudamericano sino universal, si se quiere.
-¿Cómo les va a los artistas jóvenes en Barcelona, tienen más posibilidades que los plásticos mendocinos, por ejemplo?
-Ahora hay una crisis muy grande en el mercado de arte. En Francia se ha cerrado casi el cincuenta por ciento de las galerías; en Barcelona había cerca de cien y ahora hay sólo unas treinta activas, pero los jóvenes están buscando medios alternativos, se van asociando, abren sus talleres al público, exponen en sitios alternativos y también está la posibilidad de los centros culturales, que ofrecen una serie de becas. La obra juvenil es muy distinta de la que hacemos nosotros, no es comercial, está realizada con técnicas muy nuevas; son por lo general instalaciones, arte conceptual, arte pobre y desde luego, les cuesta conectar con el público. Claro que hay un público joven que los va siguiendo y hacen espectáculos combinados con música, danza y poesía.
-¿Cómo ve su evolución estética, desde aquellos grabados con mucho negro que le dedicó al tango hasta ahora?
-Los voy siguiendo de dos maneras. Por un lado las plastigrafías que hacía acá, que son sobrias y vienen de la escuela de Sergio Sergi y Víctor Delhez. Son en blanco y negro, más de carpeta, bibliófilos, de edición, de mirar en la casa. Por otro lado en Europa el grabado tiene otro sentido. Es un grabado moderno que aspira a llegar al muro y tiene que tener textura, color, tamaño y libertad creativa. O sea que cada vez el grabado tiene que ser más original, más personal y eso no tiene tradición. Cada grabador trata de encontrar su técnica, su colorido. Es otro objetivo y las ediciones son muy cortas, muy artesanas y muy cuidadas. Aquí el tema pasa a un segundo plano después de la técnica y además tiene un público muy entendido, muy informado. Todo el grabado nuevo es experimental.
-¿Qué estructura cultural tiene Barcelona? En Buenos Aires, por ejemplo, se puede ver una excelente representación de "Ricardo III" por seis dólares. El gobierno de Barcelona tiene un teatro de ópera, una orquesta sinfónica o se ocupan las empresas privadas?
-En esto están bien organizados. Después del franquismo, porque entonces no había estructura, el cambio ha sido impresionante. En la ciudad de Mataró, por ejemplo, donde yo vivo y que tiene cien mil habitantes, se montó un taller de grabado que ya lleva once años y es súper accesible; han comprado un teatro, hacen ciclos de cine y los precios para los estudiantes son muy reducidos; se otorgan becas para asistir a cursos con los mejores dramaturgos. El problema está en que, a pesar de que la gente se aficiona a la cultura, ve el futuro como muy difícil porque no hay un mercado que absorba toda esa producción juvenil. Por ejemplo mi hija, que hace teatro, tiene los mismos problemas que acá, así como se tiene inconvenientes para editar una revista, para conseguir una subvención para presentar una obra, etc. Es que la competencia también es muy grande.
-¿Hay mayor asistencia social en Barcelona o hay menos pobreza?
-Barcelona tiene muy buenos servicios sociales. Cuando llegué a Mataró, para dar una escala, había tres o cuatro personas en el servicio social. Luego se creó un centro de acogida para inmigrantes; se crearon talleres para formación de jóvenes que habían abandonado los estudios; hay un equipo de veinte profesionales; están las trabajadoras familiares que asisten a gente que no puede valerse por sí misma y ahora se están instrumentando programas para la integración de la inmigración. Los que aprenden en los talleres tienen una pequeña subvención, pero el problema de hoy es la falta de trabajo, tanto para los jóvenes como para los profesionales. No es raro ver a un médico haciendo de enfermero o un profesor de bellas artes de cartero. Se está llegando a un techo de lo que pueden cubrir los servicios sociales y educativos.
-España está saturada de obras de arte y su historia tiene un peso contundente. ¿Sienten ese agobio los artistas jóvenes, se desalientan, buscan la transgresión, cómo resuelven este problema?
-La mayoría se orienta hacia las instalaciones, al arte no codificado, tan estructurado como el que nosotros hemos asimilado. Yo provengo por ejemplo de una escuela que viene del cubismo, del expresionismo y del constructivismo y eso se nota como en todos los artistas de mi generación, pero en los jóvenes hay otras ilusiones. Para ellos interesa más Marcel Duchamp, el arte pobre, etc.; están trabajando con otra mentalidad. Y no se desalientan porque a su vez tienen alimentación de esas corrientes. Además van a ver la Documenta de Kassel, viajan mucho, a Barcelona llegan muestras de todo el mundo y cada generación se alimenta de una serie de mitos, de maestros y de corrientes nuevos y van trabajando en eso. Posibilidades tienen muchas. El problema es cómo insertarse en el mundo laboral, ser un consumidor que tenga medios mínimos. Para tener casa y formar una familia, esto en toda Europa es grave, pero los jóvenes no se hacen un drama por eso, se adaptan a la situación, no hay desesperación: lo toman con una filosofía muy realista. Son juventudes muy alegres que en estos momentos están gozando de una situación que nunca conocieron en Europa, porque hace cuarenta y cinco años que no hay guerra, si bien es cierto que se ensombrece con los brotes de xenofobia, con el fascismo, y con los nacionalismos a ultranza. Los programas educativos de este año (1997) en Barcelona están centrados en fomentar la solidaridad, la comprensión del otro, de lo que es el inmigrante.