(...)
Quiero que tus besados pies
caminen sobre mi ternura:
lo más viril del hombre es la ternura.
Los huevos de las aves dan su tibia clausura a tus secretos.
Las ciervas dan su leche para hilar tu candor.
Colinas y valles en cadencia profunda;
hongos de soledad, hojas podridas y negros perfumes,
olas huyendo de las olas y asaltándose.
Los sapos cabalgan noche y día y la torcaz enronquece.
Regazo de la siesta y el fango infecto purificado ya,
y los reptiles con su ciencia primordial del arrastre y la cueva.
Con mis narices, con mis manos
palpo y amaso otra vez los frescos orígenes;
chafo con mis pies y mis dientes todas las corolas,
insondablemente ebrio.
Tu cuerpo se despliega hasta el cielo
como la tierra;
frescas y ardientes golondrinas que atan el día a la noche,
las caricias.
Los dos pezones, ciegos, se alumbran, deslumbrados.
La sombra medrosa de los templos está aprisionada entre tus muslos.
Las cuatro estaciones están sucediéndose sobre tu piel,
y toda tu geografía irrigada de sangre.
Y los álamos y relinchos se erigen.
Respiramos en el corazón de un clima virgen,
donde carne y alma maduran exactamente a un tiempo.
Enumerar no puedo tu innumerable desnudez.
¡Y he aquí que es ella tu fisonomía unánime!
Aunque haya más distancia y misterio en tu piel
que en las nebulosas.
¡Allégame esa lejanía hasta inundarme!
Pasión de las entrañas,
más larga que el hambre y la sed;
jardín con todas las yemas descogiéndose.
Con la gentileza del lirio,
con la altivez de un índice en la confusión de las conciencias,
se alza el miembro del hombre.
Y en el mediodía de tu vientre es como ceguera de un dios,
y hay menos sobra y pasión en la noche o la tormenta,
mujer, que en tu sexo.
Despierto ya lo inerte
para la mayor intensidad,
porque hay más milagro en el salto del semen
que en el arco iris.
Conjunción creadora de toda la mujer y todo el hombre
en la estrellería del ser,
te canto.