Quizás porque he sentido la perfección
Vibrar entre las manos
Como el tañido de una cuerda del laúd.
O quizás porque se confunde
Todo para mí: los ladridos
Aceleran mi corazón cuando salgo de cacería
Y hay algo en el sonido de la presa,
Su cuerpo al caer sobre el polvo,
Que corrige la estridencia de los días,
Algo en las gotas de sangre,
En los pelos, en la euforia; algo
Que me da sosiego. ¿Por qué todos creen
Que es tan ajena la naturaleza
De esa partitura que trazo con primor
O de las voces que hago brotar
Como un capullo de la noche,
Y la de esa carne reventada que brilla
Entre las sombras del bosque?
Quizás por todo ello es que no podría perdonarte.
Allí está la razón. No es tu culpa
Que ya no te desee como otros sí lo hacen:
Es mi deseo el que está cambiando. Pero no puedo
Perdonarte. ¿Cómo podría, tras dar
Con la nota precisa, callar ese madrigal?
¿Cómo habría de permitir que huya
Un animal que he perseguido
Y ya tengo acorralado? No.
No se debe despreciar la belleza
Cuando está tan cerca. Por eso
Voy a volver en silencio al palacio.
Estarás desnuda y tu piel,
Sorbida por otra piel,
Dejará entrar la daga después de un grito.
Un poco de furia,
Un poco de música,
Un poco de sangre.
Y otra vez lo perfecto aquí, entre los dedos.