Pagaba en un rincón una penitencia
que no merecía muda en su hondura
tensa en su espera de cuerdas y clavija
veíase mi guitarra dentro de la mala acústica
de un departamento vacío tras una mudanza
como el caracol mi hija había
también cambiado su caparazón sin mirar atrás
y el moisés bostezaba en el suelo
sin tener a quien dormir en su boca mullida
hasta que del cuello agarré toda la música
todas las notas cada rasguido de fogón serenata
y asado para comenzar el arrullo tenue
responsable calmo de todo padre de familia
hasta la camioneta con los demás muebles
pero la guitarra que había escuchado más los consejos
de martín fierro que los de mi madre
asomó terca su cabeza de madera
por sobre el canasto de mimbre
y la estrelló contra la primera mora híbrida
que nos salió al paso