1
El epicentro de la tela es una acción del pensamiento
abriéndose en círculos concéntricos,
como una escala que se expande en la mitología del infierno.
Con su lengua viscosa la araña teje el cosmos.
Todo sueño es un paso al vacío.
La sustancia del anhelo ferviente es la madera
donde se crucifica el corazón latiendo.
El reposo es la muerte, pero el reposo del guerrero es un impulso.
Al vértigo, lo sucede el vuelo o el naufragio.
No me desvelo intentando ensamblar el movimiento
en el espacio eterno. Ya no.
Antes, me abstraía en la tristeza de los días con cúpula de plomo.
Pero el tiempo de aquellas gotas cristalinas, de aquella luz,
fue devorado por el eclipse de la certeza.
Ya no sé qué pensar, si es mejor esta frivolidad o aquel baile
de perro mordiéndose la cola.
He aspirado demasiada neblina en estos años.
El niño solitario que jugaba a ser dios
sigue rasgando grietas en la muralla del bullicio.
Para fundar una ciudad, exploro el territorio más alejado de la Meca.
Amo el calor desenfrenado que la pasión incita.
Poco me importa la distancia aprisionada en un ovillo.
Presagios y respuestas murmuran los cadáveres.
Quien pregunta está vivo.
El símbolo de la ola sonora es una caricia sobre un punto.
Del futuro sólo espero la persistencia del asombro.
La huída y el encuentro son fracciones de un mismo recorrido.
¿Entonces por qué huyo?. ¿De qué sombra me aparto?.
¿Por qué corro, si estoy anclado siempre en el mismo lugar?
Quien corre, se aloja en muchos cuerpos en forma sucesiva.
Abrazo al paranoico que duerme entre las llamas,
y al incauto que se contenta con visiones etéreas, lo detesto.
Desde que trastabillo, busco vivir como la nieve, que prefiere la muerte a la prisión.
Igual, la gravedad me transforma en estaca cada vez que logro desatarme.
Cada momento tiene una huella irrepetible, como las manos de los hombres.
El silencio me socava la frente, abre la tumba del sopor,
rescata soles enterrados.
No espero el abordaje de un salvador. No espero tampoco un paraíso en mi azotea.
Cuando me incendie, quiero habitar el ardiente verano que las raíces buscan
como serpientes escapando de una prisión con espinas de hielo.
Alrededor hay mucho sedimento y pocos fósiles con el vientre ocupado.
Caminar es más importante que llegar.
El que espera tiene los pies de barro, y el que encuentra
queda petrificado como estatua de hierro.
Es invierno, el frío le arrebata las lágrimas al sauce.
En la ciudad, el cemento contrae su músculo desnudo.
La campana invisible sacude los escritorios que sostienen
el peso enorme del hastío.
A deshora, el día termina y resucita.
La multitud se derrama en la calle.
Me siento en la vereda a contemplar los universos falsos.
2
“April is the cruellest month”
T.S. Eliot
Abril no es el mes más cruel.
Las aves migratorias embalan la humedad y emprenden
su éxodo hacia lugares iracundos.
Llueven hojas de cobre y los brazos del cielo se desnudan.
Los pasos crujen, y en abril, toda llegada es un anuncio.
Nací en el hemisferio que abarca la extremidad inferior
en el cuerpo del mundo.
Ni el cerebro, ni el corazón, sino el motor sexual dirigen su destino.
Mi tierra es el vestíbulo de una obra inconclusa.
Lejos del eje, lejos de los idiomas cincelados en piedra,
al Sur converge el voluptuoso aliento del desorden.
Me gusta respirar el apacible ritmo de los bares,
sobre todo, cuando la maquinaria del trabajo brama por su cenit.
Somos jóvenes, bellos y exuberantes. Jugamos a nacer.
Inocentes, creemos, nos equivocamos y volvemos a creer.
En paz descansa mi niñez, por esos barrios donde la dignidad
y las ausencias construían un hombre.
El norte, es una porción rancia, elegante y atosigada de sucesos.
¿Fuimos soplados con un hálito tierno, o fuimos escupidos?
El Sur, amalgama una especie de caos delicioso.
No tienen calma las raíces que buscan en el aire.
La síntesis se estampa en el vacío y un vástago despierta.
Allí radica mi esperanza incurable.
Mi madre murió con la tristeza de los barcos anclados.
El mismo estigma atraviesa mi vientre.
Sin embargo, he conocido la deliciosa fruta de los descubrimientos,
la cuna del amparo y la belleza que suspende al espacio.
En la inconsciencia de los primeros pasos, fuimos felices.
Las mentes eran limpias como un río que cae.
Salvajes, sacudimos las plumas del manzano:
por esa travesura, nos expulsaron de las calles.
Todos los días, abrevo en el pantano de la muerte.
Pero me aferro al pulso porque no creo en la resurrección de los gusanos.
Hay hombres que conquistan el territorio de la especie.
Otros pasan, magnificando el instante fugaz de su desierto provinciano.
La historia está labrada en una hoja de agua.
La verdad es una máscara bifronte.
Ya no soy un pequeño,
pero un día de éstos despertaré
y me iré galopando sobre un dragón de plata.
4
Se urde la intriga entre los querubines de apariencia sutil.
Nada más falso que esa fragilidad pregonada por el ego
de los cautivos del encanto.
Hay un mundo complejo donde gobierna el matriarcado.
Nada parece saciar el corazón de las mareas, cuyo sentido es ocupar.
La dación se propaga y regresa a su caverna hambrienta,
como el eco de un grito.
¿El hueso arrancado del esternón, es un peldaño más de la escalera
que pretende atravesar el cuerpo de las nubes?.
El misterio consiste en descifrar la fuerza que nos empuja
a transitar el laberinto que no tiene salida.
Nos embriaga el veneno. El magnetismo de la carne nos sacude.
Somos frágiles. Bajo la tensa erupción de músculos y fibras, somos frágiles.
Estamos signados por la dureza de un cascarón endeble.
Ellas en cambio, en la suave corteza ocultan la lengua que lastima.
El amor es azar. El imán, una ventosa que devora.
Una conspiración de hembras apuntala el equilibrio
de la especie.
Ni los tiranos pueden apartarse de la condena sigilosa.
5
Los recuerdos se adhieren a los ojos
como la estela abrasadora que persigue al cometa.
Engendramos imágenes que se desprenden
de la materia creadora para seguir naciendo
en un tiempo y en un espacio singular.
Los recuerdos son hijos.
Cada hombre proyecta una sombra de fuego que lo escolta.
Sin saberlo siquiera,
formamos una trama inagotable.
Estamos incrustados en los otros.
Como magnolias nos abrimos al sol para que vengan
los pájaros hambrientos a esparcir las semillas.
Dios es una araña que no duerme.
Tal vez, un enjambre de arañas.
Lo cierto es que la daga del reloj no se detiene.
El camino trazado se desovilla como la lengua de un reptil.
Cuando era niño, jugaba al fútbol con mi padre en el parque.
De vez en cuando gira el balón resplandeciente
en la planicie de mis huesos.
Guardo la conmoción de la primer metáfora
explotando en mis manos bajo un pupitre gris.
El eco de muchísimos besos brillan como luciérnagas.
Siempre me seguirán casas quebradas.
La casita donde nací y la mansión que construí para llenar un cráter.
Cuando se extinguen las burbujas
y nos llevan al sótano,
seguimos resonando.
La emoción es un látigo que vibra sobre las ruinas del silencio.
¿Por qué nos obstinamos en repetir pasajes de la guerra?.
Es difícil matar. Es aún más complejo arrancarnos de cuajo
la cizaña y el semen venenoso que se esparce en la matriz del bosque.
Encerramos una partícula del tiempo en el confín etéreo
de la atmósfera.
Cuando menos pensamos, emerge el resplandor de las cenizas
que son despojos de un incendio.
El cristal es perforado por los restos de una explosión que no termina.
En el fin del océano, barcos roídos pulen el filo de sus proas
porque el impulso de su fatalidad es avanzar.
Carne y vapor nos constituyen.
El líquido que corre también nos alimenta.
La evolución arrastra experiencias remotas.
Para seguir la marcha, es necesario recopilar algunos pasos.
No podemos olvidar.
El disco guarda hasta las impresiones más sutiles.
Rodamos en círculos concéntricos.
Todo gira.
Somos únicos, a partir de la unidad que enlaza los fragmentos dispersos.
Si quedáramos blancos, sin una letra en la textura,
volveríamos al instante preciso en que nos sumergimos en el agua,
cuando terminan de copular el esperma y el óvulo,
y una vida se inflama en el nudo que enlaza el sudor de los cuerpos.
6
“La palabra es una flecha ardiente/que llevamos clavada,/
pero afuera está el frío sin límites”.
Roberto Juarroz
Antes del símbolo sonoro, era la nada entre paréntesis.
En el lecho de muerte de una torre inconclusa,
busca el hombre un espíritu.
La masa balbucea.
Un rumor acoraza la tierra como una atmósfera vulgar.
Cuando se logra desentrañar la médula que cada cosa encierra,
se puede percibir la cadencia que la impulsa a existir.
El gruñido sólo puede referirse a las sombras.
Igual que los murmullos que lo confunden todo.
Pero esas expresiones primitivas son anteriores a la explosión del universo.
Cuando llegó la calma y las astillas se convirtieron en astros luminosos,
un nombre se estampó sobre cada unidad.
¿Quién nombró, quién designó, quién señaló con un dedo,
quién recogió del suelo la creación dispersa?
Eso nadie lo sabe. Los místicos se burlan de la historia
e insertan fábulas sobre hechos reales que se acumulan como basura
en los agujeros negros.
Quizás cada cosa lleva impresa su nombre en su forma.
El azar discurre. Después le adicionamos una causa.
Las palabras emanan desde un vergel inagotable.
Se abrazan en un juego erótico y fatal.
Envuelven a su presa, como una boa que constriñe
el peso vital de la sangre en movimiento.
La sutil vibración nombra y galopa.
Al principio era el verbo e inmediatamente después el sustantivo.
Luego se propagó el sonido de las sílabas, una tras otras,
como vagones de un cordón asfixiando la cavidad
del silencio absoluto.
Las esferas respiran escalas musicales, afirmaba Pitágoras.
Desde el agua, se expande la garganta que pone en movimiento
al individuo y al conjunto.
Las palabras tienen un cuerpo líquido.
Se escurren por las rendijas de cualquier solidez.
Desplazan el orificio inerte del espacio que se evapora
ante la hoguera compulsiva.
Las palabras se deslizaron entre el estruendo del big bang.
Del esternón del hombre desgajaron el hueso
que fundó a la mujer.
Las palabras y su fin creador.
El huracán insaciable que signó mi tormenta.
La búsqueda infinita.
La canción que devora al cantor.
El estallido de fuego que devasta,
pero afuera el vacío, la nada, el frío que castiga, el cielo insulso.
7
“El agua es vida. La muerte se disfraza de agua/cuando llega”,
escribí entre las manos de mi madre, antes de clausurar el féretro.
Sus manos se deshacen junto al papel donde clavé la inmensa desazón
que me persigue.
Quise cerrar un cántaro para que ella siguiera respirando.
Quise amarrar los despojos de su belleza, la juventud marchita
intempestivamente, el último envión de la energía,
pero se me escurrió mi madre entre los dedos, no pude retenerla,
como el agua se fue, buscando una rendija entre las piedras.
Me quedé huérfano del viento.
Nunca más me abrazó el remolino de la entrega incansable.
Hay espacios que sólo pueden ser cubiertos por el dolor.
Cráteres sin superficie horizontal.
Desolación que arrastra un furor que hace daño.
Yo tenía una madre para arropar mi desnudez.
Retrocedí como lo hacen los conversos
o los que ven con claridad la oscuridad.
Quise nadar el fondo de su vientre, como si el agua
todavía existiera, pero tuve que recostarme sobre un cauce ya seco,
ya vacío del sabor que iluminaba el ecuador del cuerpo,
sin vida ni alimento para mis ángulos más frágiles.
A mi madre, una masa maligna le comprimió el cerebro.
Desde la cuenca que se apagaba lentamente ella estiró los brazos.
La voz se le incrustó en los ojos.
Quiso amarrarse a mí, quiso abrazar el tronco de mi cuerpo
como un náufrago cuando despliega la bocanada que se inunda.
Yo le estiré mi brazos, pero la muerte sopló más fuerte que mis aspas,
y se quebró mi voluntad o nada pude hacer.
A veces, el azar guarda silencio y suele ser absurdo.
Se fue se fue, amarró el ancla que gravita.
Me dejó la certeza del vuelo inexorable.
Tomé conciencia plena de mi propia sentencia,
la que condena sin efectuar preguntas,
la que puede encarcelarme entre barrotes de humo.
La fatídica. La impredecible. La contundente extremaunción
del óleo venenoso.
La cuestión de no ser o de ser con una calavera entre las manos.
Igual, ya no le temo ni a las plácidas nubes
ni a la caldera hambrienta.
Soslayo levitar, porque prefiero caminar sin zapatos
sobre la hierba fresca.
No le temo a la vida, ni al sueño, ni a la muerte.
Sólo una bella lápida para que los gusanos espanten de mi tumba
a los viajeros, y a su llanto de plástico.
Sólo el dolor es verdadero.
El llanto pudre las raíces.
Hasta el tronco más sólido es derribado por el tiempo.
Cada minuto es una abismo.
He recorrido el camino, amando con la misma pasión
que incita a desatar la línea.
El último paso del camino tiene una base líquida.
Nadie escapa a las fauces que tritura los huesos.
8
He suprimido la existencia de un hombre.
Habité la prisión en un país lejano.
Tuve en el corazón clavado un cardo. Muchas veces.
Sentí el frío del miedo y el hastío temerario que lo sigue.
Zanjé huellas ardientes. Gestos heroicos. Heridas con abismo.
No puedo estar conforme.
No encuentro el sitio exacto donde plantar bandera.
Me aburro mucho.
Hago giros que arden con la misma voracidad del apetito
de las bestias.
Amo hasta la extinción.
Llevo una multitud en el campo minado de la espalda.
A menudo, me ciega el brillo de las lunas de cromo.
Cuando despierto, la esperanza puede tapar la angustia
con una sola mano.
Me basta remontarme al corazón de una ciudad
que agita mis sentidos como una hembra hermosa,
para sentirme palpitar.
El nómade erosiona los límites con su deseo de horizonte.
Soy afecto a las alegorías que sólo postergan el desenlace fatal
porque me cuesta caminar sobre el agua.
Cuando salto al vacío, cuando logro desatar
la mano que me aspira,
puedo sentir cómo se esfuma el peso de todas las sentencias
que los maestros me estamparon en el cráneo
cuando era niño y no podía defenderme.
Aún sigo indefenso ante un sinfín de minas enterradas
que estallan a su antojo.
Una caricia que vuela hacia mi rostro es suficiente
para aferrarme a una creencia.
Atravieso fronteras porque la acción es un antídoto
contra el encierro.
Miro el espejo de los hombres que avanzan. Me conmueve el progreso.
El dedo acusatorio es una rama seca apuntando hacia el suelo.
Preferimos ahogarnos en el sudor que exhala el brazo de la ley
porque en la libertad sólo tiene cabida un pasajero.
La soledad es un encuentro.
De la cabeza parten las galaxias
y la mano que dibuja en el aire figuras mitológicas.
El arca de Noé navega en el caudal sinuoso de las mentes.
Con gusto, apelaría al consuelo de las estelas malvas
que caen de las nubes.
Pero ese no es el signo de mi nombre,
sino la oscura piedra terrenal y carnívora
que cala hasta la médula del hambre.
No puedo estar conforme.
Ya no me arrulla el mar.
Lentamente, la telaraña asfixia a la serpiente,
el óxido paraliza a los trenes
y la tormenta transforma al polvo en barro.
Al fin y al cabo, uno renace como puede.
9
“BUSCAR/no es un verbo sino un vértigo”.
Alejandra Pizarnik
La tierra está atestada de poetas.
Demasiados buscadores de perlas sobre la desmesura
de las aguas salvajes.
Las ostras encierran en su vientre el sentido del arte.
Preguntar y buscar son ondas expansivas del mismo nacimiento.
Muchas veces, los caminos son arterias de un laberinto indescifrable.
Por medio del olfato rastreo la huella hostil de la meta que corre.
Discernir es una opción del azar.
Abalanzarse al riesgo es el acto subliminal de cualquier elección.
El atrevido nace consecutivamente como el reloj del sol.
Adoro al ser que se confunde, se contradice y juega a su antojo
con la férrea costumbre.
Las tablas de la ley se convirtieron en astillas
y fueron devoradas por el moho del tiempo.
¿De qué sustancia indisoluble está compuesta la verdad?.
¿En el eje petrificado que contiene de una sola vez al movimiento,
existen las certezas?.
¿Qué clase de dios autoritario es la verdad?.
La verdad, esa gran mentirosa seduciendo fanáticos.
Yo, por mi parte, detesto la candidez de los que se conforman
con su collar y su correa, y por supuesto, con su amo.
Vomito al neutro y a su orgullo sostenido por plumas.
¿La verdad cambia de piel como ciertos reptiles?.
Tal vez eso suceda. Entonces festejo el carnaval de las debilidades.
La carne viva del paisaje interior como un espejo atroz.
La sana culpa de la insatisfacción.
Cada búsqueda es una especie particular de resistencia.
A lo sumo, toda culminación debería ser un punto de partida.
Entonces, ¿a qué temo?.
¿Al jeroglífico del vacío o a mis propias ausencias?.
¿A la violencia del dolor o al desamparo?.
Me persigue el pasado como una capa espesa,
me persigue y tira mi osamenta hacia la gravedad horizontal.
La muerte es una puerta sin bisagras.
Toda la vida he procurado caminar sin arrastrar la suela,
pero el sopor, a veces, me tumba en un corral seguro.
Busqué incesantemente abrir un abanico de hojas fulgurantes
para calmar las quebraduras de mi origen.
Ante el silencio blanco, en la antesala de los alumbramientos,
se funden los colores que se yerguen sobre piernas de barro,
y nos quedamos solos.
La piel es el cuero desnudo donde se afila la navaja.
Solos.
Fuera del ronroneo de las hormigas invadiendo las tiendas.
Cuando una voz se moviliza y el resto se evapora,
decidimos al fin resucitar, para iniciar la búsqueda,
la necesaria indagatoria arrasando los campos,
los soles, las palabras, la inercia estéril,
la leche tibia de la calma.