Por las noches, se escuchaba al caballo que tosía
y a la pareja que reía entre los árboles;
luego el silencio, apenas el jadeo y las sombras.
De los hospitales llegaba el humo azul
y el insomnio de los enfermos
golpeaba contra mi ventana;
se entreabrían sus hojas y ahí estaba,
reclinado sobre mi almohada.
Antes del amanecer, el caballo se dormía
Y soñaba con mercados azules y playas amarillas;
(un niño mordía una manzana iluminada).
Detrás del retrato de familia,
se despertaba el mundo.
Era la mañana de los hombres;
El golpe de las manos en el agua (así comenzaba)
y la
pálida
voz
de los
viejos;
pasos en la acera desnuda;
la lumbre de un fósforo en la vidriera dormida.
Los caballos llegan al mercado
con el rocío de sus crines aladas
y el recuerdo del olivo en su mirada.
Entró piadosa la luz; volvió nítido el retrato;
la mañana se borró como en un cuento.
Entonces me dormí, para soñar otra vez
con caballos.