De HISTORIA DE TU AUSENCIA
Tenemos que cuidar
la siesta,
el vino pateador,
blasfemo, purgador
y,
la copa de la Y,
sobre el colesterol
de sobremesa.
Y las canciones gordas
que desmadran
la voz,
el hipo cóncavo,
el deseo
por donde empuja
la naturaleza.
Tenemos que cuidar
que nadie cuide
la manera de hartarnos
de grandeza,
la manera de hartura
y no la dura
tercera dimensión
de la tristeza.
Obrar las manos
ávidas, inhábiles
que le tocan el traste
a la existencia,
en las que nos bebemos
medio día
y caemos de espaldas,
pero vivos,
al hervidero madre
de la siesta.
Tenemos que cuidar el mediodía
algunos siglos más:
la vida plena.
En tanto que la muerte
va de prisa
y nos saluda
desde el olvido
de las carreteras.
Unos mueren de ser,
otros de ausencia.
Unos mueren de auser,
otros de sencia;
unos mue y otros ren
y se diluyen
veloz, prolijamente
en las urgencias
de la pro ligereza,
en la pro de lijar,
gastar, gastarse
sin ser sin ver ni oír,
sin darse cuenta
que lo que cuenta aquí
es la primavera.
La siesta no es el sueño:
es la vigilia
donde el vino
insepulto, travesea
ese sueño sin párpados
del día
por donde anda, desnuda,
la belleza.
Madrid, España, 1978