Procesando...


La verdadera muerte del compadre

De LOS COMPADRES DEL HORIZONTE (1960)

Lo vieron avanzar hacia la noche.
La guitarra raigal lo custodiaba.

Apagaron las voces del boliche.
Las sombras le cayeron de los párpados.

Nadie pudo ver bien, un toro oscuro
embistió las pupilas asombradas.

Tambaleando su sangre entró a la noche.
El polvo palpitante lo esperaba.

No hay modo de contar que parecía
su tamaño terrestre ante los astros.

Hay que andar el rigor, climas de hombría,
atravesar un trópico de tábanos,
desnudar su lejana alfarería,
reconstruirse en lo tierno de su carne,
para saber que viento de jaurías
derribó la estatura del compadre.

Nunca se supo bien. En los boliches
la luz y los candiles callaron.

Avanzó deshojando los latidos
desde una astrología de puñales.

Una amapola cruel al rojo vivo
se le fue haciendo brasa entre las manos.

La luna lo tumbó. Lo puso muerto.
Se le dejó caer como un hachazo.

Aquí cayó el compadre a su silencio.
Agregado a la arena fue olvidándose.

Quedó cara a la luz, semblante al cielo,
de espaldas al olvido, rostro al alba.

Cuando regresó el viento, Sur y ríos,
pasó sobre su rostro, duro y áspero.

Aquí lo absorbió el río. Las raíces
desataron la furia de sus barbas.

Una lenta labor de polvo y tiempo
le buscaba la furia de la sangre.

Su piel volvió a la tierra, lentamente
lo reunió la sal, lo fue apagando
con su lengua de frío transparente
hasta ponerle el corazón de plata.

El cobre minucioso, el hierro negro,
la arcilla mineral, el liquen bárbaro,
le exprimieron el zumo, le bebieron
la índole vinícola de un trago.

Entonces regresó. Cundió su sombra
por un extraño hechizo de campanas.

Con las canciones rotas por la lluvia
penetró al corazón de las guitarras.

Su memoria ritual creció en la noche
postulada de estrellas y relámpagos.

Y amaneció en la muerte su silencio
trizado por el júbilo y los pájaros.

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Armando Tejada Gómez
1929-04-21 1992-11-03
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