SEGUNDO DILUVIO (1954)
Un día bajé al cuerpo como a un sepulcro vivo
y era la vida apenas una onda
y un domador cruel.
El amor existía
bajo esa forma rudimentaria de la piedra y su
sombra
Pero la llama estaba. Madura, a la intemperie,
inmutable, en su trono.
Ancha, benigna llama madre nuestra ciega,
rostro abierto a la noche y alarido
que no puede morir porque ni aún vive,
cabellera que pone la humanidad traslúcida:
se ve el bautismo adentro como un charco cubierto
por las hojas,
se ve el tigre de gruesas venas transparentes
bramando,
se le ve el hombre el hilo con que Dios lo maneja.
Alrededor de la cintura el fuego:
mi cintura y el fuego como un hambre.