TRANSITO (1948)
De pie en el centro de la angustia,
Asida fuertemente del alba,
Apoyándose en todas las madres de la tierra,
Mi madre,
Con su proa redonda vuelta al cielo
Vigilaba su límite,
Preparaba mil astros,
Y el viento sacudía su cabeza guerrera,
Le besé el corazón: era la hora. Adiós, madre.
Ella cerro mis ojos y mi voz por dentro,
Y avancé horizontal dando portazos.
Descendió su marea.
Encendimos un árbol.
Citamos duros bueyes que embistieron la llama.
NIÑEZ como milagro.
De nuevo el día, desnudando los árboles,
Se posa en la materia, recupera
Su volumen perdido y acontece lo verde.
Los bueyes se desvisten bajo un mapa de trigo
Y pacen infinitos de fósforo.
Canta su pueblo en nítidas bandadas,
Elevan sus gargantas los altares del humo.
Oh buey, oh geometría vertical de la tierra,
Anterior a la danza, absoluto,
Historia del motor y la brújula
Desde lejos yo miro tu tren sin ventanales:
Cuerpo de girasol y de granada.
Tus cuatro imanes pulsan el coral y el nitrato,
Plomada de color, caparazón de vino, buey arqueólogo.
Tu sueñas con el caldo fresco de las raíces.
Eres el arco, el meteoro terrestre.
Tu largo pensamiento de hueso embiste al mar.
Flecha nuestra. Dirección del hombre. Principio de
los días sin término.
Estoy de pie en el aire.
Dulcifico mis ojos.
Huelen aún mis manos a fogata.
De tanto vuelo por cantarte cantos
Me di en el cuerpo con el ala misma.
Niñez como milagro:
Ademán entre espejos,
Sangre a flor, cotidiana del naranjo.
Cántico de durazno y dedo herido.
Sé que me duele por la espalda un tiempo
Largo de estar mirando las estrellas.
Quién soy yo. Quién me envía
Qué hago tornar los pájaros.
Oh, que ojiva infinita me creció de las manos en el rezo,
Que el corazón aprendió una palabra sagrada.