La amada lo agarró prolijamente,
sin animosidad pero con firmeza
y le clavó un clavo en la frente.
E Antonio salió a la calle
amarillento y verdoso, la cabeza
caída sobre el pecho y apretándole el hígado.
Es que un perro sarnoso y apaleado era. Bilis
le corría por la sangre. Vieras
qué espectáculo triste.
Álguienes le aconsejaron
que se desahogara o moriría y él anduvo
consultando a cuanta bruja en que sin resultado.
Entonces le ije yo sería bueno llorá,
aunque supongo para tanto escándalo
no te alcanzaría el agua del río.
Mas como Antonio se encogió de hombros me enojé
y con voz ronca y profunda como exigen los dramas
le espeté así: Sos el efecto de un adiós,
jodete